Ahora «Puerto Rosales»

naovictoria1

Pueblo Belgrano:   el otro puerto

No se puede cambiar el curso de la historia

reemplazando los retratos colgados en la pared.

Jawaharlal Nehru (1889-1964)

 

 

No hay dudas de que la historia es otra. Dicen algunos que ni la de Mitre con sus redactores desconocidos, ni la revisionista. Otra. Que aunque La Historia Oficial (1) nos honró con el Oscar, los verdaderos héroes mantienen vacantes sus premios. Los ejes de concatenación histórica, fuertemente ideológicos, han saltado de sus madres. Aquello del condenable mayo-caseros parece extemporáneo a quienes creen lograr demostrar prioridades de libre comercio anglófilo en La Revolución de Mayo; tanto como para quienes ven en Rosas a un comisario de los intereses portuarios en desmedro del interior y de sus incipientes montoneras (2). Tampoco tiene asidero ya plantear la secreta sucesión de caudillos populares Rosas-Yrigoyen-Perón, desde que la clase media blanca de los hijos de inmigrantes que apañó don Hipólito, fue herida de muerte y se debate en una larga crisis de identidad. ¿Por qué? Es que fue agredida por un aluvión zoológico que remeda a los bárbaros enemigos del ejército apostado en el campamento del río Colorado (3). No hay dudas de que la historia es otra; es necesario recrearla para defendernos y a la vez educar como Dios manda a las nuevas generaciones.

 

Hoy estamos próximos a certezas que nos permitirán armar una historia del hambre y los bolsillos. Una historia continental o subcontinental, considerados amigos y enemigos en común, gestos liberadores que confluyan en el Creador, zarpazos de colonialismos de norte, este u oeste. Tenemos la oportunidad de aprovechar la teoría relacional y el pensamiento científico para comenzar a saborear la verdad (4). También en nuestras pampas al sur, reflejar socialmente prehistoria e historia como masas y elite, permite frasear pasado, presente y porvenir (5).

 

Algunos esquemas tradicionales caen así por peso propio. Por ejemplo cuando admitimos el origen burgués de los primeros planteos marxistas en el escenario europeo de fines del siglo XIX. El dogma que la especie o el residuo, o el proletariado o el indio, como quiera llamársele a la masa, pueda esgrimir contra la elite tiene que utilizar conceptos acerca de la riqueza, que son los mismos que esgrime la elite europea. Eso no significa que lo que llamamos especie, la de la gran historia, tenga como único planteo el de la riqueza (6). Y este razonamiento se concreta volviendo a reflexionar  sobre algo dicho en el capítulo anterior. Mientras el indígena, el uno anónimo de la gran ciudad, persista en su mero estar, será fecundo, tendrá mayores posibilidades que la elite. Será imaginable (7). La elite, por ser ente concreto, carece de originalidad.

 

Esta historia que hoy leemos en los manuales de estudio fue escrita por los cristianos, invasores u ocupantes aquerenciados. O criollos, como también puede llamárselos. Ellos fueron a su vez los autores de la historia en que casi siempre hablan de bárbaros, de sus depredaciones, de sus robos, de sus saqueos. Y donde habitualmente olvidan razones de supuestos robos, saqueos o depredaciones, haciendo especial economía en el inventario de sanciones, penas y botines de guerra. Porque de ayer es la colonización del sur, en cuyos campos se decretó la extirpación del autóctono para poblarlos con ovejas de cruza fina (8).

 

De ese gran escenario al sur del río Salado, de ese océano festoneado por las fronteras más imprecisas, de ese cuadro verde y azul por el que se desbocaron las yeguas olvidadas por don Pedro de Mendoza, de ese confín que se llamó desierto por mera oposición y no por ajustada definición, de la inmensa, beatífica pero impiadosa llanura, es que hablamos. Aquí el español se sintió desprotegido, libre e indómito el indio, a sus anchas el gaucho que tuvo siempre qué beber y qué comer y sólo debió huir de las levas. La historia argentina queda inaugurada por el desafío del desierto, por la riqueza que resta escamotear al aborigen, por el desembarco magallánico en Puerto San Julián y la agresión tehuelche, por la ambición desmedida de los hacendados. Empieza también con las matanzas de caballos para llevar sus colas a Guinea del Sur, con el armador asunceño que fletó el primer barco negrero (8bis), con la crisis de las vaquerías, con la fundación de los saladeros; tiene origen en las rastrilladas o caminos chilenos, en las expediciones a los saladillos, en la fundación de Carmen de Patagones, en la presión de los tokis ocupantes de las Salinas Grandes. Comienza antes: con La Representación de los Hacendados. También comienza en el horror de la maloca que no distingue pastos para el acero, y nace en la reacción de los libertarios querandíes, pampas, tehuelches, voroganos, valdivianos, mapuches, pehuenches, ranqueles y puelches.

 

Cuando el Congreso de Tucumán sancionó la independencia de las Povincias Unidas del Río de la Plata, el acta fue redactada en español, aymará, quechua y guaraní. Los congresales ignoraron las lenguas que hablaban las gentes del sur. Detrás de esta omisión se ocultaba sin duda la intención de despojarlos de todo derecho, de todo bien, de toda tierra o amparo. La historia argentina comenzó con la voluntad porteña de extender sus fronteras hasta los confines de lo que entonces era la Provincia de Buenos Aires. Abastecimiento de sus puertos, mejores precios para los hacendados, mayores derechos, impuestos y gabelas para los políticos, los doctores y los burócratas. Pudo haber comenzado nuestra historia en la intención de unos pocos militares de constituirse en oligarquía gobernante, bajo formalidades monárquicas, y repartiendo honores y cargos entre los prohombres de la independencia. Pero esta partida fue anonadada y se reavivó sólo en la segunda mitad del Siglo XX indoamericano.

 

Los gobiernos de Buenos Aires supieron finalmente, a los pocos años del libre comercio impuesto por las Revolución de Mayo, que el estuario de la Bahía Blanca era una llave para dominar la extensa costa atlántica. Y que para explotar las riquezas del sur debía tenderse un puente vigilante entre el estuario de la Nueva Buenos Aires y la Sierra de la Ventana, el casuatí de los aborígenes. También, y reiteradamente, se pensó en Choele Choel, principal posición de los servidores del abigeato chileno, y en Nuestra Señora del Carmen de Patagones, nacida para ejercer función de centinela frente al viejo rival portugués (9).

 

Lugar de paso

 

Los viajeros no se detenían. O si lo hacían, era por breve término. No existían razones para aquerenciarse (10) en este escenario árido, cubierto por charcos, arenales y salitre. Apenas si resultaba de algún atractivo el alimento que surtía el océano calmo y de bajo fondo. Desde que la expedición de Magallanes se topara con la punta alta, hasta que se produjo el primer nacimiento de un descendiente de europeos en el estuario, nadie pidió quedarse…

 

En efecto, fue en la bahía de los bajos anegados, donde la nao Victoria dio muchas culadas y fue reparada, el 13 de febrero de 1520 (11), luego de cursar una tremenda tempestad a finales de enero del mismo año, según testimonia el sobresaliente Antonio Pigafetta (12): Sufrimos una terrible tempestad en medio de estas islas, durante la cual los fuegos de San Telmo, de San Nicolás y de Santa Clara se dejaron ver muchas veces en la punta de los mástiles, y al desaparecer, al punto se notaba la disminución del furor de la tempestad (13). El viaje, y en particular la única nave que sobrevivió al término de la expedición de La Armada de la Especiería, marcaron hitos de la primera historia argentina. Con ellos nacieron, en efecto, el mito patagónico del gigantismo de los tehuelches, el motín sangriento de parte de los expedicionarios (14), el primer acto evangelizador con posterior primera misa de Domingo de Ramos en Puerto San Julián, y la absolutamente novedosa escaramuza entre tehuelches y españoles, que arrojó muertos de ambos bandos. Hay quienes sostienen que la expedición, en sí misma una historia de intrigas,  traiciones, delaciones y venganzas, nos marcó fuertemente. No era para menos, con el ingenuo Pigafetta, posible espía de los mercaderes venecianos interesados en el tráfico de las especias, y los dos condenados a una muerte segura, abandonados en el litoral marítimo de Patagonia. Es decir: dos desaparecidos; uno de ellos, espía comprobado del Consejo de la Corona (15).

 

El cura Sánchez de la Reina y Juan de Cartagena ya no estaban cuando pasó por aquí Hernandarias (16). Él fue dos veces en busca de la ciudad encantada de los Césares. En rigor, tras la ciudad perdida poblada con desaparecidos (17). El primer viaje del criollo Hernando Arias de Saavedra data de 1567 (entonces era sólo un  soldado raso) y se gestó bajo la iniciativa y conducción del gobernador asunceño Abreu. Dos años después estuvo muy cerca de aquí, acompañando a su futuro suegro Juan de Garay en la expedición a las sierras de Tandil y de la Ventana. Era entonces cabo segundo. Pero fue mucho después, en 1604, cuando alcanzados los más altos oropeles de gobernador represor de aborígenes y al culminar su meteórica carrera militar, Hernandarias dispuso buscar concienzudamente la Ciudad de los Césares. A ese efecto reunió 130 soldados, 600 vacunos, igual número de caballos y unas setenta carretas con sus respectivos bueyes, además de 600 indios auxiliares.

 

La expedición salió de Buenos Aires y se internó en el desierto pampeano, para retomar el camino seguido por Francisco César, el militar que diera origen a la leyenda. Después de pasar por el estuario, llegaron nada menos que a Choele Choel, luego de costear los ríos Colorado y Negro, y de vérselas muy difíciles con los aborígenes que los superaban en número de diez a uno. Entre otros descubrimientos, se le atribuye a Hernandarias haber llegado por primera vez a las salinas de la Provincia de Buenos Aires. Pero de los Césares, nada.

 

Unos cuarenta años después llegó a las Sierras de la Ventana, Juan de San Martín, en una expedición punitiva, señalada por agresiones y venganzas, de las que fueron algunas de sus víctimas los indios que ocupaban en ellas (18). Se entiende que el maestre de campo, Juan de San Martín, arribado hacia 1740 al lugar, correteó a los indios por uno y otro extremo del estuario, fracasó una y otra vez, y terminó matando inocentes sin distinguir edades ni sexos. Y trasciende que sus excesos militares dieron inicio a malones y al levantamiento generalizado de las tribus del sur. Escuchemos cómo lo relata Álvaro Yunque:

 

Se ha señalado el año 1740 como el inicial de una serie de combates entre los huincas criadores de ganado y los aborígenes cazadores de bestias salvajes. Ese año, los españoles, arbitrariamente al parecer, más posiblemente para apoderarse de sus tierras  y animales, expulsaron al cacique Mayu-Piliya, amigo hasta entonces. Como amigo de huincas, el cacique era odiado por los pampas nómades y, al verlo a su merced, lo mataron. El militar español Juan de San Martín, salió a castigar a los asesinos que se habían entregado al saqueo. No los encontró, pues los nómades, ya para esa fecha dueños de caballos excelentes, no conocían distancias. El maestre de campo San Martín, torpe, vengó su fracaso en la tribu del cacique amigo Caleliyán. Mató sin perdonar mujeres ni niños. Un hijo de Caleliyán, vengativo, maloqueó por los pueblos de la frontera: quemó, asesinó y robó a mansalva. El maestre San Martín volvió a salir en persecución de los maloneros y tal vez por falta de buenos caballos o de baqueano conocedor de los secretos de la pampa, volvió a fracasar y a vengar su fracaso en otra tribu de indios amigos. El cronista Thomas Falkner narra las brutalidades de este Juan de San Martín que, por desgracia, tendrá sucesores hasta el final de la epopeya (19).

 

¿Quién era ese Juan de San Martín, maestre de campo, que logró hacer arder cuatrocientas leguas de frontera y levantar en armas a cuatro mil guerreros que pusieron sitio a Luján, llegando a las puertas de Buenos Aires? Hay quienes desaprensivamente lo han identificado como el padre de José Francisco de San Martín, pero esta conclusión es errónea. Juan de San Martín y Gómez –padre de nuestro Libertador- llegó al Río de la Plata en 1762, y si se le hubiere encargado una misión punitiva en 1740, hubiera revistado como maestre de campo nada menos que a sus doce años. El ignoto, torpe, prepotente y sanguinario maestre fue despedido y los coloniales partieron al Casuatí (Sierra de la Ventana), aunque no llevaron intenciones punitivas sino la más firme voluntad de pedir paz a los montaraces. Tal como nos ha confiado Álvaro Yunque, es Falkner quien detalla circunstanciadamente estos hechos (20).

 

Cronológicamente, el siguiente viajero fue el Padre Cardiel (21) quien pasó en 1750 aproximadamente, procedente de El Volcán y con destino al Río Negro. Pero dicen que llegó sólo a Claromencó. Después, en 1781 transcurrió el estuario Pablo Zizur, quien llevaba el propósito de trazar una ruta terrestre segura entre Buenos Aires y Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Del viaje dio cuenta circunstanciada el inefable Pedro de Ángelis el 9 de febrero de 1839, con el largo título de Diario de una expedición a Salinas, emprendida por orden del Marqués de Loreto, Virrey de Buenos Aires.

 

Escasos años después pasó por este lugar de vivanderos, chinerío y amigos de la aventura (22), el piloto Basilio Villarino (23) integrando la desafortunada expedición que comandó desde el Río Negro Juan de la Piedra.  Y decimos ¨desafortunada¨, porque el grupo se enfrentó con los naturales en Sierra de la Ventana, lance en el que resultó muerto Villarino.  Dato curioso fue que en este enfrentamiento cayó prisionero don León, el padre de Juan Manuel de Rosas. Si nos referimos a Basilio Villarino y a Juan de la Piedra, habremos de incluir a Francisco de Viedma (24), quien arrancó desde Montevideo en diciembre de 1778 y arribando al Golfo San José en enero de 1779, pasó evidentemente por el estuario.

 

Visitante de lujo fue Pedro Andrés García (25), que llegó a Sierra de la Ventana y a las salinas en 1810, en misión de paz, aconsejándole a los primeros gobernantes patrios ocupar lugares estratégicos. Uno de esos emplazamientos era sin dudas las sierras de La Ventana.  Claro que quince años antes, don Félix de Azara (26) había recomendado instalarse en Choele Choel, llave de caminos, anticipando lo propuesto ya  en 1752  por Viedma y Villarino (27).

 

Desde 1810 hasta 1821 se guardó silencio sobre el futuro del estuario. Pero en este último año, las ideas de Rivadavia (28) penetraron la cosa pública y muchos hablaron de la nueva Buenos Aires, o de un población de bonanzas al sur del Salado, o precisamente de Pueblo Belgrano. El nombre prometido, dicen, obedeció a la oferta que el militar devenido Gobernador, Martín Rodríguez, hizo a sus condolidos compatriotas durante las exequias de Manuel Belgrano. Había dicho que el primer pueblo que fundara durante su mandato llevaría el nombre del entonces padre de la Patria.

 

Las estrategias europeas de don Bernardino

 

Al mulato Rivadavia lo habían tachado de españolista en 1811, pero fue acogido por el Primer Triunvirato en la Secretaría de Guerra, incorporándose de lleno a la vida política. Para empezar, parece que don Bernardino tuvo preponderancia en las decisiones de represión con ajusticiamiento adoptadas para sofocar el Motín de las Trenzas (29). Después, con la algazara desatada por el triunfo de Belgrano en Tucumán, los triunviros y sus ministros –tacaños administradores de fronteras- cayeron en franca desgracia. La revolución de 1812, comandada por José de San Martín, Carlos María de Alvear, Manuel Guillermo Pinto (30) y Francisco Ortiz de Ocampo (31), precipitó la renuncia de los tres colegiados y encarceló a Rivadavia, persuadiéndolo luego de que se alejara de la capital por un tiempo. Este encontronazo con el Coronel llegado de Cádiz, enterraría una espina en lo más profundo de las carnes de Rivadavia;  con el tiempo, esa infección no atendida supuraría odios y venganzas.

 

Dos años pasaron solamente y Rivadavia estuvo ejerciendo cargos públicos nuevamente. Esta vez, enviado a Europa en 1814, junto con Manuel Belgrano en misión diplomática. El propósito de los embajadores era conseguir un candidato de sangre azul al que ofrecer el gobierno de los países del Plata. La misión concluyó en el más rotundo fracaso, pero sirvió a don Bernardino para prendarse del genio europeo, sobre todo del británico, hasta el punto de engolosinarse con la exportación a Buenos Aires de tanta elegancia, lógica práctica y, sobre todo, de tanta eficacia económica para el comercio. A las pruebas nos remitimos… En Londres, Rivadavia se entrevistó con el filósofo Jeremy Bentham (32), fundador del utilitarismo, y se dedicó a traducir sus obras al español. Si bien, cuando radicado en Madrid el rey español lo expulsó, don Bernardino permaneció algún tiempo más en las cortes, dedicándose a apoyar otros proyectos monárquicos, cercano nada menos que al futuro rey francés Luis Felipe de Orleáns. ¡Y pensar que más tarde justificó su desprotección a la acción sanmartiniana, alegando que el Libertador escondía proyectos monárquicos!

 

De tal forma y con dichos antecedentes, cuando en 1820 Martín Rodríguez –nuevo gobernador bonaerense- convocó a Rivadavia para que fuera su Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, recibió a un funcionario ansioso por experimentar la práctica de mil ideas mamadas en el antiguo continente.

 

Y en efecto, prontamente, en julio de 1821, don Bernardino se hizo presente en la Junta de Representantes, proponiendo el restablecimiento de las leyes sobre seguridad individual, inviolabilidad de la propiedad y -¡aquí viene lo interesante!-: el proyecto de un puerto y de nuevas poblaciones en la campaña del Sud. En la misma sesión legislativa anunció Rivadavia que el gobierno no necesitaría ya las facultades extraordinarias (33).

 

A partir de este proyecto fundacional, se integró la comisión de inmigración, en el seno de la cual se motorizaron iniciativas personales de don Bernardino. De forma tal que, como pone de relieve Germán García en su artículo de Cursos y Conferencias, que venimos siguiendo, comenzaron a llegar a Buenos Aires alfareros, agricultores, carpinteros, herreros, albañiles y hasta viñateros. Le interesaban más que otras las familias inglesas, francesas y alemanas, y sus trabajos no los realizó sólo mientras gobernaba, sino también en períodos intermedios. En París, en 1818, por ejemplo, propició la formación de sociedades de capitalistas europeos para explotar (sus fortunas) en la Argentina, lo que traería forzosamente obreros especializados y maquinarias para la labor. Esta comisión fue disuelta por Rosas más tarde; y sus miembros respondieron a la decisión del Restaurador con un documento donde destacaron la cantidad de gente útil que se trajo al país (34).

 

Ante todo, serás utilitarista

La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma,

mejorar su administración interior en todos los ramos;

con su ejemplo llamar al orden los pueblos hermanos;

y con los recursos que cuenta dentro de sus límites, darse

aquella importancia con que deberá

presentarse cuando llegue la oportunidad

deseada de formar una nación…

Bernardino Rivadavia, al asumir el cargo de

Ministro de Gobierno de Las Heras (mayo 1824)

Pueblo Belgrano, ubicado en el estuario de la Bahía Blanca, era la población soñada por Rivadavia para redimir tierras y ganados de gran valor exportable. Pueblo nuevo, que homenajearía al recientemente fallecido patriota Manuel Belgrano, y que se fundaría en fecha próxima sobre la base de doscientas familias llevadas desde Buenos Aires. Aunque a continuación se aclarase que habrían de traerse de Europa mil o más familias morales e industriosas para poblar otros pueblos que se crearán en el sur de la provincia (35).

 

Hemos de subrayar, de lo registrado en las sesiones de la legislatura bonaerense, las palabras morales e industriosas. Bondades atribuidas a gentes traídas de otras comarcas, mayormente civilizadas, apelativos ya sintetizados en 1810 cuando se convocara a la parte sana de la población al Cabildo Abierto que pretendía consolidar el libre comercio porteño en manos de los criollos.

 

Es que población sana se disponía efectivamente en la ciudad capital. Pero, ¿en la campaña? Gauchos leales aunque ordinarios, paisanos alzados, los que están ocupados en vaquerías, criollos de las levas en los fortines, chilenos militares, indios amigos, ladrones y traficantes, montaraces, aucas chilenos, salvajes del sur… Don Bernardino estaba convencido de que no encontraría gentes morales e industriosas en esta tierra. Y de que, además, resultaría imprescindible hacerles espacio a las familias británicas, francesas y alemanas. Y para eso, nada sería mejor que contratar a un bávaro fogueado en las guerras napoleónicas: de aquí la presencia del genocida Rauch. Todo en Europa, como en las estanterías de sus boticas; todo accesible cuando se convenía un precio que favoreciera al vendedor.

 

En breve empezarán a llegar familias industriosas que deben poblar los preciosos campos del Sur. Al paso que sube la estimación de las tierras, se extiende la necesidad de adoptar medidas radicales que corten los pleitos de deslindes que arruinan las familias y ayerman los campos (36). Es decir que había algo más… Y eso era capitalizar el valor de las tierras en favor de los hacendados enfiteutas. Claro que en 1824, con la expedición de Pueblo Belgrano en curso, Rivadavia contraería el empréstito con la Banca Baring hipotecando todas las tierras de la Provincia.

 

Martín Rodríguez (37) se había propuesto arrojar a los indios al otro lado del Río Negro, para lo cual, después de fundar Pueblo Belgrano, dejando aquel punto fortificado, avanzaría el ejército hasta el Rincón del Colorado, donde haría cuarteles de invierno y, después de reponer las caballadas, abriría nuevamente la campaña en el año 25 y si era posible, luego de limpiarla de indios, trataría de establecer fuertes en el Río Negro (38). Los contratos, los decretos y sobre todo la ideología, quedaban en manos de don Bernardino, el Gobernador sustituto. Y éste era quien concebía, como queda dicho, el proyecto de un nuevo puerto multiplicador de ingresos aduaneros que fortalecían y catapultaban a inimaginables alturas a los hacendados y gobernantes porteños. Porque el nuevo gobierno se adjudicaba el manejo exclusivo del puerto y de la aduana. Y procedía, además, a la reforma financiera que le permitía administrar con mayor sencillez y eficiencia (olvidándose del resto de las provincias, claro…).

 

Así, en un abrir y cerrar de ojos, don Bernardino nos puso a tono con la historia más reciente. Inventó el presupuesto, se dio por aludido del déficit fiscal que producía la pérdida del Alto Perú (¡por el propio Rodríguez!), la suba incontrolable de los intereses, la Bolsa de Comercio, el Banco de Descuentos y la crisis económica producida por la emisión excesiva, la fijación oficial de precios y nuestra invitada infaltable: la inflación.

 

Pero a don Bernardino se lo recordará siempre por dos iniciativas que concretó para la posteridad: el primer empréstito argentino y el régimen de enfiteusis. Además, claro, del intento fundador de Pueblo Belgrano, que ahora nos ocupa, y para el cual ­-entre otros destinos- era el dinero que pidió prestado a los piratas (39).

 

El préstamo de la Baring Brothers de Londres –un millón de pesos de la época, con una tasa del 6,5% anual- fue solicitado con el propósito de construir el puerto, la red de agua corriente, estableciendo pueblos y ciudades a lo largo del desierto. De todo ello fue confeso Rivadavia. De lo que no rindió cuentas fue de más del 50% que la Baring nunca entregó, ni de las letras de cambio que reemplazaron el metálico que jamás se vio. Esas letras fueron giradas contra casas comerciales de Londres. Las obras previstas nunca se realizaron… Una parte del préstamo se destinó a la creación del Banco Nacional, otra para la guerra con Brasil, y el resto para empréstitos a comerciantes. La deuda se pagó finalmente en 1904. Y durante esos ochenta años, todo militar que corriera a los indios de la pampa dijo que debía aprovecharse el valor de la tierra para amortizar la deuda externa.

 

¿Eso también lo escuchamos después? Sí, pero por otras razones, ya que los argentinos reincidimos con la estafa en el doble papel de estafadores (si ganaron poder)  y estafados (si nos vimos obligados a trabajar).  Lo que sucedió en 1820-1824, fue que la política financiera de la provincia originó la hipoteca de la tierra pública, entregada en garantía de la deuda interna y externa, lo que imposibilitaba su venta. Y esta idea de la enfiteusis, consistía en un arrendamiento de tierras del estado a particulares a largo plazo, a cambio del pago de una renta. Lo recaudado con esta modalidad se destinaba al pago de la deuda. Un régimen, que cuando Rivadavia fue Presidente, se extendió a todo el país.

 

¡Lo más grave de este sistema fue que muy pocos pagaron! ¡Y que los gobernantes hicieron siempre la vista gorda de la morosidad! ¿Por qué? ¿Querrá el lector que enumeremos los apellidos de los felices enfiteutas…? Ya lo han hecho algunos autores. Digamos simplemente que la deshonestidad no es hereditaria, y que la historia es lapidaria cuando juzga –caídos ya los velos transitorios y con identidades a la vista-.

 

Y una última perla, por si el collar de cuentas no es aún totalmente a la moda: para lograr la pacificación interna, don Bernardino hizo votar la ley del olvido, que permitió regresar a los desterrados e inició un clima de distensión política. Claro que volvían unos pero se iban muchos más… San Martín, entre otros. Y el Gobernador Rodríguez, de campaña, agregaba más harina a la levadura.

 

Es que hacia finales de 1820 había comenzado una violenta reacción indígena contra el avance de las fronteras hacia el sur. El peor de los malones estuvo dirigido por el ex Director Supremo de Chile, José Miguel Carrera, que tomó el centro de detención de Las Bruscas y saqueó el pueblo de Salto. Rodríguez decidió salir a escarmentarlos, sólo que Salto está al norte de la Provincia y Rodríguez partió hacia el sur. Llegó a la estancia del excéntrico Francisco Hermógenes Ramos Mejía (40) y lo arrestó. Acusó a los indios amigos que trabajaban con don Pancho en la Estancia Miraflores, de organizar malones, e hizo una gran matanza de aborígenes. Lo que consiguió Rodríguez con su actitud irresponsable fue desbocar definitivamente la reacción de los hijos de la tierra, que atacaron Chascomús, Pergamino y Dolores, arreando decenas de miles de cabezas de ganado.

 

Como Rodríguez estaba convencido de que debía exterminarse a los salvajes, en 1822 llevó adelante una nueva campaña y logró avances en la frontera, fundando Azul y el Fuerte Independencia, que diera origen a Tandil. Fue hacia finales de su mandato que ultimó detalles para la tercera campaña, que fracasara en su intento de fundar Pueblo Belgrano.

 

La expedición fundadora

 

Conforme testimonios y anotaciones de Manuel Alejandro Pueyrredón (41), jefe de la escolta del gobernador, al resolverse la expedición a las pampas del sur que fundaría Pueblo Belgrano, las disponibilidades militares eran las siguientes:

 

Batallón N° 1 Coronel Correa                       500 hombres

Milicias de infantería montada             400 hombres

Regimiento de Blandengues

Coronel Ibarrola                 500 hombres

Húsares y Dragones Comandantes

Medina y Morel                   400 hombres

Húsares de Buenos Aires Comandante

Federico Rauch                  200 hombres

Milicias de caballería Comandantes

Sayos e Ibarra                   600 hombres

Voluntarios, Comandante Miguens                100 hombres

Colorados de las Conchas,

José M Videla                     250 hombres

Baquianos                                         50 hombres

—————

Total de las fuerzas                         3.000 hombres (42)

 

 

Pero ninguna fuerza militar era estable. Decíase que los ejércitos de Rodríguez sufrían la conspiración de los estancieros. De Terrero, de Anchorena, del mismísimo Rosas. Por eso abundaban las deserciones y ante ellas se procedía con el mayor rigor. Quería decir que el fusilamiento se practicaba asiduamente. El decreto del 19 de abril de 1822 sobre vagos (43) perseguía encauzar estas conductas, como así terminar con la predisposición de los gauchos errantes a prestar ayuda a las tribus invasoras como espías e incluso como partícipes o conductores de los malones (44). De manera que razonablemente habrá de pensarse en un tibio apoyo de numerarios al proyecto rivadaviano, aunque sin descartarse en ningún caso los preparativos que serían detallistas y concienzudos. Así se expresaba el 21 de noviembre de 1823 Rivadavia, al dirigirse a su colega de hacienda:

 

Debiendo practicarse el reconocimiento de la Bahía Blanca o de Buenos Cables, el Gobernador ha resuelto que el Sr Ministro de Hacienda disponga se flete un buque a propósito para esta operación, el que deberá llevar a su bordo, un Cabo y cuatro soldados de tropa; ordenando igualmente al Comisario general provea los víveres necesarios para estos cinco individuos, y los demás que van de orden del Gobernador (45).

 

La resolución que ordenó el envío de la comisión de estudio y exploración del futuro emplazamiento de Pueblo Belgrano se conoció siete días después. Dice Germán García, a quien seguimos, que el decreto se refería a un plan de campaña y a una nueva línea de fronteras ya resuelta, lo cual no deja de sorprender a quienes han seguido los movimientos del Gobernador Rodríguez. Que ha de establecerse el medio de asegurar la navegación y el cómodo desembarco, a efectos de enviar útiles para el establecimiento, víveres y pertrechos para la expedición. Que las familias que han de remitirse luego que vengan de Europa para las nuevas poblaciones acordadas y todo lo demás conducente a este importante objeto requieren la totalidad de previsiones adoptadas (46).

 

Se designó jefe de la expedición a José Valentín García (47), que llevaría consigo a ocho soldados, un cabo y un sargento, además de un oficial del departamento de ingenieros. El ingeniero que eligió García fue Martiniano Chilavert (48), agregándose también como voluntario Fortunato Lemoine (49). Actuó como piloto de la expedición, Joaquín Fernández Pareja (50).

 

Muy rápidamente, en el mes de diciembre, arribó al estuario la goleta norteamericana Clive con la comisión de estudio a bordo. Fernández Pareja no contaba con experiencia previa en el terreno y se guiaba por las referencias de José de la Peña y Zazueta (51), reconocido navegante del sur. Por su parte, los baquianos del ejército que relevaban el terreno firme, tampoco las tenían todas consigo. Pero el punto donde desembarcaron fue un puerto natural de aguas profundas, hoy ocupado por la base naval militar y el muelle comercial. El informe técnico fue redactado por Martiniano Chilavert y Fortunato Lemoine. Era francamente favorable a la idea fundadora, por el canal abrigado, las posibilidades de pesca y la abundancia de granos en la campaña. Todo aconsejaba fomentar esa población, pues a lo demás se unía la seguridad contra los salvajes, quienes se verían obligados a irse más allá del Colorado, y no se excluía la posibilidad de propinarles un buen golpe (52).

 

En diciembre de 1823, entonces, Lemoine y Chilavert hicieron el prolijo relevamiento de la costa. Al mismo tiempo, Pareja exploró la desembocadura de un curso de agua, que de inmediato adoptó el nombre de arroyo Pareja en las cartas náuticas, inmortalizando el nombre del navegante que por vez primera reconoció su curso. Pero este arroyo no es arroyo. Es hoy una entrada de mar profunda en la costa, de boca ancha, y que se angosta hacia el final de su recorrido. Se trata de la primitiva desembocadura del Napostá Chico, también llamado Sombra de Toro, Cabildo, o Bajo Hondo, dependiendo del lugar por donde pase. Río que como puede verse tiene por principal característica la variabilidad de su curso, por lo que su desembocadura es asimismo inestable. Las aguas del Napostá Chico no desembocan ya en el mar; se pierden en los campos de la zona que media entre Punta Alta y Pehuen-Co. Vale decir, presenta este río una cuenca endorreica (53), obedeciendo la variabilidad del curso a causas tectónica (pendiente del terreno que obliga al agua a escurrirse en dirección contraria al mar) y climática, ya que la acumulación de sedimentos provocada por los vientos secos del oeste, noroeste y sudeste, hace que se dificulte la llegada al océano de cursos con escaso caudal.

 

Manteniendo viva la intención de Rodríguez de extender la frontera hasta Sierra de La Ventana, Rivadavia obvió el problema latente con los aborígenes y no escatimó esfuerzos para que cuanto antes se fundase Pueblo Belgrano (54). Por eso y sin perder una sola semana, en febrero de 1824 llamó a presentación de propuestas para la construcción de un fuerte. Fue entonces cuando apareció en escena Vicente Casares (55), armador y comerciante que no sólo fue comisionado para liderar la empresa de establecimiento de Pueblo Belgrano, sino también encargado de gestionar una prolija investigación de los puertos y ensenadas existentes entre Bahía y Cabo San Antonio. El nuevo comisionado podría fletar un barco por su cuenta, designándosele un capitán náutico, y se le pagarían veinte mil pesos y una concesión de tierras en enfiteusis, de cuatro leguas de frente por otro tanto de fondo en la zona a ganarse a los indios (56). Entre tanto, José Valentín García había renunciado a la jefatura de la expedición, siendo reemplazado por Jaime Montoro (57).

 

Para marchar al estuario de la Bahía Blanca, se formó el ejército en las cercanías de la Guardia del Monte, y como afirmara Manuel Pueyrredón, lo integraron tres mil hombres de tropa. Pero se agregaban también ciento cincuenta carretas cargadas con elementos para fundar un pueblo, familias pobladoras, numerosas carretas de vivanderos y los agregados de costumbre.

 

En el mes de marzo se fletaron tres embarcaciones: la goleta Río de la Plata (más conocida como Río), piloteada por su patrón Roberto Pulsifer (58), y en la que iban los agrimensores; la goleta Glaesner, cuyo capitán y piloto encargado de la derrota era Diego Johnson, y la sumaca Mariana, barco auxiliar para el transporte de materiales (59). Al mismo tiempo, las tropas de Rodríguez que habían incluido un considerable número de baquianos bajaban desde Laguna Limpia, calculando encontrarse con los marinos antes de finales de marzo.

 

Entre los baquianos del Gobernador cabalgaba el famoso por su sangre fría y arrojo Francisco Sosa, mejor conocido como Pancho, el ñato.  De él hemos hablado ya bastante, y posiblemente volvamos a referirlo entreverado entre malones y malocas. Sin duda era el más famoso baquiano después de que José Luis Molina se pusiera en contra del gobierno y apoyara a Carrera. Sosa fue elemento adicto a Rosas, uno de sus hombres de mayor confianza, el mismo que ejecutó a Chocorí y a Cañuikir, entre muchos otros.

 

Sobre el contingente terrestre cuenta Germán García que se encontraban presentes junto a su jefe Rondeau (60), el Ministro de Guerra, Francisco Fernández de la Cruz (61) y el mismísimo Gobernador. Claro que los aborígenes se habían hecho presentes día tras día con su hostigamiento, pero la única refriega se produjo al entrar en el Sauce Grande, cuyo saldo, para los blancos, fueron un muerto y algunos heridos. La marcha resultó después fácil, se arrebataron a los indios unos millares de ovejas que de mucho sirvieron, y se siguió el curso del arroyo hasta divisar el mar. El ejército debió llegar a las proximidades de lo que es ahora estación Paso Mayor. Desde allí, el general Rodríguez destacó a Rondeau, jefe del ejército, con quinientos hombres, para que fuera hasta la bahía. En dos jornadas llegaron al sitio donde se encontraban los barcos fletados en Buenos Aires (62).¿Se reunirían efectivamente las fuerzas navales con el ejército, en la zona ya reconocida como Arroyo Pareja?

 

El ejército, después de treinta y tres días de marcha, llegaba exhausto. Molestos Rondeau y Fernández de la Cruz, por los inconvenientes del terreno y la agresividad de los pampas. Ansioso Martín Rodríguez por imponer su parecer en cuanto al emplazamiento del fuerte y disposición de las construcciones. Ya le había advertido a su factotum, el gobernador sustituto, don Bernardino, que: El Gobernador en Campaña se ha impuesto por la nota del 10 de S.E. el gobernador Delegado y la contrata que con ella se sirve incluirle de las medidas que ha tomado para la construcción de un fuerte capaz de contener cien hombres en la Bahía Blanca, y aplaudiendo como es debido la actividad y empeño que el Excelentísimo Gobernador Delegado ha desplegado en el particular. Se permite observar que este fuerte debía ser solo provisorio hasta que llegando el Ejército allí se pudiese con el conocimiento práctico del terreno y las comunicaciones, que deben establecerse con los demás que se formen la posición que deba contener y la capacidad que naturalmente reclame la fuerza que la haya de guarnecer, la que indudablemente será mayor que la de cien hombres que según la contrata deben ocuparlo; y también que habiéndose remitido desde esa los útiles necesarios para su construcción se podría haber economizado mucho de su importe con los trabajos de la tropa que no hallándose de servicio sería muy conveniente tenerla ocupada en esos objetos… (63).

 

En suma, que ansioso estaba Martín Rodríguez. Que más que ansioso, trinaba contra el ímpetu desbordante de Rivadavia que parecía tener más interés que él mismo por el establecimiento en la bahía, y porque todo el gasto lo hacían él y la tropa, mientras don Bernardino se abroquelaba tras su escritorio. Algo bastante lógico, por supuesto.

 

Pero, además de ansias y furias, el Gobernador traía profundos errores. Parecía imposible acometer el proyecto desde tierra, con una carga de hombres y equipo de tal magnitud, atravesando tierras plagadas de peligros e incomodidades. El proyecto era marítimo, y Martín Rodríguez no había llegado a comprender que las ventajas de la bahía consistían en moverse desde y hacia ella, olvidándose de los enemigos. Lo que se buscaba era un puerto. Para trasladar la sal, claro, acortando las distancias que separaban a Buenos Aires de Nuestra Señora del Carmen de Patagones y, además, como ardorosamente albergaba en su consciente don Bernardino: ¡para incrementar los impuestos!

 

El fracaso

 

Martín Rodríguez llegó sólo hasta proximidades del actual Paso Mayor. Y desde allí envió a José Rondeau con una fuerza de quinientos hombres, para entrevistarse con los recién llegados a Arroyo Pareja.

 

Vicente Casares, que había arribado el 1° de abril, había elegido la boca del arroyo para levantar el fuerte, por la mayor facilidad que ofrecen sus márgenes al desembarco y creernos más seguros en aquel punto con los medios de defensa que teníamos, contra los ataques de los bárbaros; como porque creíamos ser más fácilmente descubiertos por el Ejército, estando colocados en un terreno elevado… (64). El mismo día que comenzaron los trabajos de montaje, el 19 de abril, habría arribado Rondeau al campamento. Él mismo, o el Capitán Pueyrredón, habrían trasladado la decisión de Martín Rodríguez de suspender los trabajos y discontinuar el proyecto. Orden clara del Gobernador, que el mismo Fernández de la Cruz, puso por escrito ante la fundada protesta del inversor Casares.

 

Mucho se ha especulado sobre las razones de la decisión que adoptó Martín Rodríguez. Pero quienes dicen que el terreno no era por cierto el mejor ya que las pasturas eran escasas, o quienes sostienen que los estudios de Chilavert no eran los adecuados y que el verdadero puerto estaba donde después señalara Parchappe, se someten al juicio lapidario de los hechos: el 2 de abril de ese año se había designado  en la gobernación de la provincia, a Juan Gregorio de Las Heras (65). Ello, no obstante el reemplazo de Martín Rodríguez se produjo sólo a la asunción del nuevo gobernador, en mayo de 1824.

 

¿Había llegado esta noticia a oídos de Martín Rodríguez? ¿Acaso del jefe del ejército, Rondeau? ¿O del propio ministro de guerra, Fernández de la Cruz? Tanto este último como Rivadavia continuarían en funciones ministeriales bajo el gobierno de Las Heras, por lo que menudo favor les hubiera hecho Martín Rodríguez si coronaba con éxito la campaña de fundación de Pueblo Belgrano. Muy probable es entonces que un chasque haya empleado no más de quince días para llegar hasta el gobernador saliente con la infausta noticia. Y que éste, sorprendido, dolido, furioso por la traición de la Legislatura y del propio don Bernardino, haya lanzado hacia el campamento a Rondeau o quizás a Manuel Pueyrredón para impartir el sosegate.

 

¿Y cómo reaccionaron los entusiastas estacionados en Arroyo Pareja? ¡Muy mal, por cierto! Sobre todo Vicente Casares, que bastante más que un viaje con sus hombres había puesto en riesgo. Al punto que exigió se le impartiera la orden por escrito, como sostuvimos antes, para que finalmente el fantasmagórico ministro de guerra estampase su firma. ¡Y Chilavert, ni qué hablar!

 

Por conducto del Señor Capitán Don Manuel Pueyrredón, se me ha hecho a nombre de V.E., una fuerte reconvención. Es que el agrimensor no había llegado al estuario para estudiar pastos y tierras, que parecían ser los culpables del disenso, sino un buen fondeadero en el mar. Y continúa Chilavert dirigiéndose al gobernador señalando el concepto errado en que se halla seguramente, porque el tiempo no dio lugar para que lo viese antes de su partida del Tandil; y porque entre tanto no ha faltado que se esfuerce en prevenir el ánimo de V.E., en términos de llegar a negarse la existencia de un buen puerto en la bahía Blanca, conocido hasta por los extranjeros desde mucho antes que el gobierno se sirviese encomendarme su reconocimiento y principalmente si sus costas ofrecían un fácil desembarco; reconocimiento a que se limitaba mi comisión (…) Quienes, si en vez de ocuparse de dar a V.E. falsos informes, hubiesen conducídole por donde debían, lo habrían llevado quizás a campos que hubieran evitado la retirada que V.E. se ve precisado a emprender… (66).

 

Por supuesto que Chilavert y quienes con él volvieron a subir a los barcos para encaminarse de regreso al Plata, desconocían el nombramiento de Las Heras. Pero en la fulmínea pluma del héroe de Caseros, se notaba ya la clara objeción al error básico de Rodríguez: un puerto en la bahía Blanca sería estratégico para el desarrollo de las pampas al sur, justamente por encontrarse de cara al océano y no porque fuera fácilmente accesible por tierra.

 

¿Y cómo se vería entonces Rodríguez para volver, con tremendo peso y responsabilidad a cuestas? ¡Mal otra vez, claro! Habiendo errado el camino a La Ventana y sin lograr un adecuado rumbo a la Sierra de La Tinta; en medio de guadales y lodazales que los miserables soldados debían cruzar durante días enteros con el agua al pecho, y llegando ya el invierno. De estas penurias da cuenta en sus memorias Juan Manuel Beruti (67). A la lectura de la obra de este interesante personaje (68), podrán agregarse las observaciones formuladas por Álvaro Yunque.

 

Síntesis maravillosa la de este lírico historiador, cuando dice: Los blancos, los blancos ricos –estancieros, comerciantes- opusieron a los indios sus caballerías gauchas y su infantería negra (69). Tal la descripción en poquísimas palabras del ejército que condujo de regreso a Buenos Aires el gobernador saliente Martín Rodríguez. Los negros –esclavos en realidad, no soldados- fueron quedando por el camino, congelados por las noches, devorados por la fiebre, y algunos de los que lograron llegar fueron vistos después lisiados, arrastrándose por falta de piernas, tratando de vivir de la caridad pública (70). El gauchaje fue abandonando al ejército, cazados como animales algunos porque habían perdido sus caballos; otros, gracias a la nobleza de sus monturas, alcanzando la libertad lejos de los fortines o en las tolderías.

 

Una imagen conmovedora del ejército argentino. Del que a través de sus jefes chambones y deshonestos, ya desde entonces daba prioridad a las luchas civiles y desatendía los más graves compromisos. Ese que perseguía el botín primero y la victoria después. Y hasta la gloria personal de un jefe antes que la independencia del mayor número.

 

Dos siglos después

 

Pueblo Belgrano debió esperar bastante para cobrar identidad propia. Recién en 1855 un grupo de vecinos próximos a la ciudad capital, ocupantes de la zona conocida entonces como la calera, Río de la Plata al norte, fundó el pueblo de Belgrano. Éste de los caserones de tejas que integra ahora el distrito metropolitano, o Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Era un demorado pero oportuno homenaje al prócer muerto en 1820.

 

Bahía Blanca (Badía para el gaucho que llamó a sus habitantes badiyeros) se fundó finalmente durante la gobernación de Dorrego, el coronel que consagró particular interés a la guerra del indio, el 9 de abril de 1828, por el coronel Ramón Estomba. El ingeniero Narciso Parchappe levantó entonces una minuciosa Memoria de este importante hecho que aseguraba el dominio de las costas atlánticas. Al hacerlo tenía seguramente muy en cuenta los aportes de Chilavert y Lemoine, como que debió trasladar las vituallas necesarias a la fundación desde el arroyo Pareja hasta el sitio por él elegido para emplazar Puerto Esperanza.

 

Manuel Dorrego dijo en ese momento: La nueva línea de frontera queda establecida. Esta obra tan deseada como importante, se ha emprendido con los mejores auspicios. Los bárbaros con quienes el gobierno continúa las medidas de paz y conciliación con los más felices resultados, no cometerán impunemente más depredaciones y la inmensa propiedad territorial que se ha adquirido, ha doblado la garantía de la deuda pública, de modo que esta carga puede hacerse desaparecer en poco tiempo, si se halla por conveniente. Pero lo más importante es que al establecerla, hemos ocupado la interesante posición de Bahía Blanca, la cual está circundada de puestos cómodos, tierras feraces y grandes bosques. Su costa marítima proveída de abundante pesca y su puerto nos ponen en aptitud de tener para lo futuro una marina vigorosa que sea el broquel de la República. La comunicación con Chile desde aquel punto es la más cómoda y breve y la navegación del río Colorado acaso permitiría exportación más fácil a los frutos de algunas provincias del interior. El gobierno ha ordenado reconocer el terreno y trazar en el paraje más a propósito el plano de una ciudad que se denominará Nueva Buenos Aires (71).

 

Así, a mitad de camino entre Rivadavia –cuyo empréstito aún pensaba cancelarse en el corto plazo- y Rosas –que fue el único que logró contener los malones por algún tiempo-, Dorrego suspendió las levas y profetizó el establecimiento de la marina de guerra en el estuario. Ese arribo se hizo realidad setenta años después, algo antes de que se cancelara el préstamo de la Baring. Pero su gobierno no duró demasiado. El mismo Estomba se plegó a la revolución unitaria que terminó asesinando al gobernador Dorrego. Claro que por entonces ya habían llegado don Venancio, el alférez Iturra, los Ancalao, los Antenao y los Linares. Historias que ya testimoniamos y a las que remitimos.

 

El arroyo Pareja, sitio elegido para el emplazamiento del puerto de Pueblo Belgrano, quedó otra vez en silencio. ¿Abandonado? ¿Olvidado?  Dicen que Pareja volvió en setiembre de 1824 intentando vender nuevas ideas al gobierno porteño, pero que tan mal le fue que debió soportar un juicio que hizo añicos sus andanzas. Pero el mejor puerto de aguas profundas seguía allí. Y bien podría haber sido Punta Alta la que inaugurara la historia de estas comarcas, o la que finalmente viera coronado con éxito su proyecto de disponer de autonomía portuaria. Ahora, claro, con el Puerto Rosales.

 

Hace muchos años que este proyecto se define como polo de desarrollo. Coronel Rosales, un partido pequeño y de escasa relevancia económica, ha vivido durante todos estos años desde la fundación del Puerto Militar o Belgrano (72), bajo el ala de la Armada. La autonomía portuaria, el destino imaginado casi doscientos años atrás, vendría a hacerle justicia a los vecinos que vienen trabajando por su bienestar por lo menos durante cinco generaciones.

 

Ventaja inapreciable es el pequeño estuario con sesenta pies de calado que exploró y describió Mariano Chilavert. Dicen quienes saben bastante del tema que es más factible su puesta en marcha que lo que podría ser a futuro la ampliación del puerto de Bahía Blanca. Y aunque hoy el puerto de Punta Alta carezca de capacidad operativa, por allí sale casi el 50% de la exportación de la región: 12 millones de toneladas de petróleo anuales; operación que se realiza a través de monoboyas ubicadas en el espacio acuático de Puerto Rosales.

 

Puerto Nuevo es el nombre del proyecto dado a conocer por la Provincia de Buenos Aires a principios de 2008. En la zona de Baterías se cuenta con 260 hectáreas, 3.800 metros de costa y un calado de 60 pies en un sector cercano a la costa, con la posibilidad cierta de radicar cinco terminales distintas vinculadas a acumulación y carga de minerales y a la comercialización de agrocereales (73).

 

La decisión es –una vez más- del gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

 

 

(1) La Historia Oficial, film argentino ganador del Oscar de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood en 1985, plantea exactamente el necesario cambio de visión que los personajes deben encarar al término de un proceso político y social que ha comprometido sus vidas. Dirigida por Luis Puenzo, sus intérpretes principales fueron Norma Aleandro y Héctor Alterio.

(2) En tal sentido Alvaro Yunque: Calfucurá. La conquista de las pampas. Ediciones de la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2008. Las montoneras protagonizaron dos períodos igualmente complejos de nuestra historia. En ambos casos se caracterizaron por reunir fuerzas armadas heterogéneas, rurales en 1820 y urbanas en 1970, primando la desorganización, la ofrenda incondicionada de vidas (que bien hubiera podido evitarse), el descrédito de los jefes y la derrota sólo aparente en las batallas.

(3) Referencia al ejército rosista de la “Primera Campaña del Desierto”, entonces detenido en las márgenes del río Colorado, desde donde el caudillo mandaba a sus oficiales a “cazar” a los líderes aborígenes subversivos.

(4) En tal sentido Olegario González de Cardedal, uno de los más destacados teólogos de nuestro tiempo. Conferencia pronunciada en Buenos Aires el pasado 24.09.2009 (Seminario Arquidiocesano de Buenos Aires).

(5) Siguiendo las afirmaciones de Rodolfo Kusch en América Profunda –citada profusamente con anterioridad-. Véase además anexo biográfico en Kusch, Rodolfo.

(6) Kusch Rodolfo, Op. cit. Pág 121.

(7) En tal sentido: lo impredecible, lo efervescente, lo revolucionaria que resulta ser la afirmación de un personaje del comentado film La dignidad de los nadies de Fernando Pino Solanas.

(8) García, Germán: Rivadavia y el intento fundador de Bahía Blanca. En Cursos y Conferencias, Año XX, Volumen XL, N° 235 al 237, octubre a diciembre 1951. Se trata de la Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores, Buenos Aires, 1951.

(8bis) Véase al respecto el interesante artículo de Juan Carlos Vedoya: Hernández, poeta del gaucho triste. En Todo es Historia N° 64, agosto 1972.

(9) García, Germán: op. cit.

(10) Pareciera que quien “se aquerencia” es quien quiere quedarse. Pero sobre todo, quien quiere profundamente, entusiastamente, apasionadamente. En 1994 el traductor de las Obras Completas de Freud propuso traducir el discutido término Trieb -antes llevado al castellano erróneamente como instinto, luego corregido por él mismo hasta el significado pulsión-, como querencia. Y téngase presente que esta palabrita trieb había sido hasta entonces patrimonio del materialismo teísta, del cientificismo positivista, del romanticismo científico, hasta del popular coloquio urbano. Conforme Lic Doris Hajer. www.querencia.psico.edu.uy/editorial.htm.

(11) García, Germán: op. cit.

(12) Con la designación de sobresaliente, aparece en efecto, Antonio Pigafetta, en la nómina de sobrevivientes arribados a España en la Nao Victoria, al mando de Sebastián Elcano. Fue quien llevó la bitácora, o diario de la expedición, pero la denominación referida pudo bien aludir a su origen noble. Véase en anexo: Pigafetta, Antonio.

(13) Pigafetta, Antonio. Primer viaje en torno del globo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina –Biblioteca fundamental del hombre moderno N° 12- 1971.

(14) La misma noche del Domingo de Ramos, comenzó un motín y los rebeldes se apropiaron de tres de los cinco barcos. Magallanes, con brillante ardid, recuperó la Nao Victoria y tres una breve escaramuza los insurrectos se rindieron. Magallanes decapitó a Quezada y desterró a Cartagena y al sacerdote Sánchez de la Reina (los que quedarían abandonados en la playa, con sólo una ración de comida), condenando a la pena capital a 40 hombres, pero la sentencia no se haría efectiva. Uno de los condenados fue Elcano, quien finalmente completaría la vuelta al mundo a bordo de la Victoria.

(15) Juan de Cartagena, en efecto, fue nombrado Capitán por Carlos I de España (V° de Alemania), que contaba cuando partió La Armada de la Especiería, con sólo 17 años. Del Consejo de la Corona era miembro influyente el Cardenal Juan Rodríguez de Fonseca, que se había manifestado enemigo de los viajes de Colón, Balboa y Cortés. Y coincidentemente, Juan de Cartagena era ahijado del temible Cardenal.

(16) Véase en anexo: Hernandarias.

(17) La denominación hace referencia a Francisco César (expedición de Sebastián Gaboto) y su contingente de 14 hombres, que salieron de Sancti Spíritu en pos de la ciudad encantada (1528). Ocho de ellos desaparecieron; la tradición dedujo que habían llegado a la desconocida ciudad repleta de riquezas y que allí vivieron alcanzando la inmortalidad.

(18) García, Germán, op cit.

(19) Yunque, Álvaro, op cit.

(20) Falkner Thomas: Descripción de la Patagonia y de las partes adyacentes de la América Meridional – Que contiene una razón del suelo, producciones, animales, valles, montañas, ríos, lagunas, etc de aquellos países. La religión, gobierno, costumbres y lengua de sus moradores, con algunas particularidades relativas a las islas de las Malvinas. Existe una edición virtual en www.scribd.com/doc /2523622/Descripcion-de-la-Patagonia-Thomas-Falkner, que lleva introducción debida a la pluma de Pedro de Angelis.

(21) Véase en anexo: Cardiel, José.

(22) García, Germán, op. cit.

(23) Véase en anexo: Villarino, Basilio.

(24) Véase en anexo: Viedma, Francisco de.

(25) Véase en anexo: García, Pedro Andrés.

(26) Véase en anexo: De Azara, Félix.

(27) García, Germán: op. cit.

(28) Véase en anexo: Rivadavia, Bernardino.

(29) El petitorio lanzado por el Regimiento de Patricios preocupó al Ministro Rivadavia. Decían sus jefes: 1 Quiere este cuerpo que se nos trate como a fieles ciudadanos libres y no como a tropas de línea; 2  Pedimos al Señor Don Antonio Pereyra por Coronel del Regimiento, excluyéndose al Señor Don Manuel Belgrano;3 Por Mayor del Regimiento a Don Domingo de Basavilbaso, excluyéndose a Don Gregorio Perdriel; 4 Extinguiéndose (por lo tanto) el ayudante don Pedro Banti; 5 Pide todo el regimiento sean indultados todos los presos que actualmente existían en sus calabozos; 6 Aseguramos la vida de V.S.; 7 Como asimismo asegurará las nuestras bajo palabra de honor; 8 Existiendo en nuestro cuartal hasta proveer la resolución de V.E., apresado en rehenes Don Josef Díaz. El triunviro Feliciano Chiclana recibió el petitorio, pero puso como condición que, antes de proceder a su estudio, el regimiento debía deponer las armas. Interpretando que la aceptación de esa condición hubiera sido rendirse sin obtener las garantías exigidas, ésta fue rechazada. Las tropas de los demás regimientos cercaron el cuartel, que estaba peligrosamente rodeado de edificios. Tras las mediaciones infructuosas de Juan José Castelli y del obispo Benito Lué, el gobierno ordenó reprimir el motín. La represión –rápida, violenta y efectiva- estuvo a cargo del coronel José Rondeau y del teniente coronel Miguel Estanislao Soler. El cuartel fue atacado por sus cuatro costados, e incluso hubo tiroteos involuntarios entre las numerosas fuerzas atacantes. Finalmente, los rebeldes fueron dominados; no se informó el número de bajas entre éstos, pero en cambio sí que hubo ocho muertos y treinta y cinco heridos entre los atacantes. Pocos días después, diez soldados y suboficiales fueron condenados a muerte como cabecillas del motín, fusilados y colgados en la vía pública el 11 de diciembre. El Regimiento pasó a ser de línea y sus soldados fueron condenados a servir en él por muchos años. Todo el control de la fuerza militar pasó al Triunvirato.

(30) Véase en anexo: Pinto, Manuel Guillermo.

(31) Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, nació en La Rioja en abril de 1771, falleciendo en Famatina, en la misma provincia, en setiembre de 1840. Fue primer general de las guerras de la independencia argentina, gobernador de Córdoba y La Rioja.

(32) Los trabajos iniciales de Bentham, destinados a atacar el sistema legal y judicial inglés, lo llevaron a la formulación de la doctrina utilitarista, plasmada en su obra principal: Introducción a los principios de moral y legislación (1789). En ella preconizaba que todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. A partir de tal simplificación de un criterio tan antiguo como el mundo, propuso formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas, sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Así se fundamentaría una nueva ética, basada en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento. El objetivo último de lograr la mayor felicidad para el mayor número lo acercó a corrientes políticas progresistas y democráticas: la Francia republicana surgida de la Revolución le honró con el título de ciudadano honorario (1792), si bien Bentham discrepaba profundamente con el racionalismo de Rousseau y consideraba absurdo el planteamiento iusnaturalista subyacente en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Negaba también la religión natural que construía el concepto de Dios por analogía con los soberanos de la tierra, y defendía la religión revelada. En la teoría del conocimiento, era nominalista. Lo bueno es lo útil y lo que aumenta el placer y disminuye el dolor. La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos: el dolor y el placer. Ellos solos han de señalar lo que debemos hacer. Habla de un cálculo felicítico, intenta dar un criterio para ayudar a los demás en la búsqueda de lo útil, y hace una clasificación de placeres y dolores. Los placeres son medibles, aunque hay que considerar siete criterios: Intensidad, duración, certeza, proximidad, fecundidad, pureza, extensión. La extensión ha de entendérsela como que hay motivos que impulsan a considerar intereses ajenos porque eso puede derivar en propio beneficio. En la extensión, cuando se trata del Estado, sí que se habla de lo útil para la sociedad, el legislador debe preocuparse de que con sus leyes de la mayor felicidad al mayor número de ciudadanos. Debe buscar, en suma, intereses generales. El utilitarismo ejerció su influencia sobre toda una generación de políticos británicos, representada por Peel. También puede señalarse la incidencia que tendría, a la larga, sobre las doctrinas subjetivas del valor que se impusieron en la teoría económica occidental a partir de la revolución marginalista (Walras, Pareto, etc).

(33) García, Germán, op cit.

(34) García, Germán, op cit.

(35) Reproducido en García, Germán, op cit.

(36) Mensaje de Bernardino Rivadavia a la Legislaura, 1822. Reproducido en García, Germán, op cit.

(37) Véase en anexo: Rodríguez, Martín.

(38) Conforme memorias de Manuel Alejandro Pueyrredón (Historia de mi vida), extractadas por García, Germán, op cit. Si bien algunos autores dicen hoy que las memorias de este guerrero de la independencia se encuentran inéditas, existe una edición antigua que bien indica el citado Germán García: Escritos históricos del Coronel Manuel A Pueyrredón, soldado de la independencia. Buenos Aires, Julio Suárez, 1929.

(39) Véase al respecto: Baring Brothers y la historia política argentina, de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Buenos Aires, A Peña Lillo, 1973. También, y profusamente, distintas páginas memorables debidas al genio de Rodolfo Scalabrini Ortiz.

(40) Véase en anexo: Ramos Mejía, Francisco Hermógenes.

(41) Poco se sabe en realidad de Manuel Alejandro Pueyrredón, nacido en 1802 y muerto en 1865. Era hijo de Juan Martín de Pueyrredón, Granadero a Caballo de San Martín en su primera hora, amigo íntimo –a pesar de sus convicciones- de José Miguel Carrera, expedicionario ante pampas y ranaqueles. Falleció radicado en Chile. De él se conocen sus Memorias, cuya edición de 1929 hemos citado antes.

(42) Conforme García, Germán, op cit. En realidad, se reconoce hoy que la cuenta practicada por el Capitán Manuel Alejandro Pueyrredón estaba errada, y que debía referirse a la fundación del fuerte Independencia, algo anterior a la expedición por tierra al estuario de la Bahía Blanca.

(43) A causa de la ley de vagancia, establecida por el gobierno delegado de Bernardino Rivadavia, el gaucho llegó a ser una especie de esclavo, pues si no se conchababa por comida en alguna estancia cuyo patrón le firmaba la papeleta (que certificaba su trabajo en su estancia), la policía podía detenerlo y enviarlo a las milicias de frontera (levas).  Como por otra parte el gaucho tenía absolutamente negado el acceso a la tierra para trabajarla para sí, se consituyó una masa de mano de obra casi gratuita. Esta situación se evitaba sólo rebelándose ante la injusticia, en cuyo caso se pasaba a la categoría de gaucho matrero.

(44) García, Germán, op cit.

(45) García, Germán, op cit.

(46) Reproducido en García, Germán, op cit.

(47) Poco se sabe de este militar, que habría sido familiar del Ministro de Hacienda.

(48) Véase en anexo: Chilavert, Martiniano.

(49) Agrimensor que colaboró con Martiniano Chilavert en el relevamiento de las costas y de tierra firme para el futuro emplazamiento de Pueblo Belgrano.

(50) Véase en anexo: Fernández Pareja, Joaquín.

(51) José de la Peña y Zazueta, presumiblemente español, había navegado en efecto casi toda la ribera atlántica de la actual provincia de Buenos Aires. Actuó desde la época virreinal, y en 1820 intervino como Comandante de Resguardos en el río de Las Conchas, luego de una gravísima inundación que afectó al actual partido de El Tigre.

(52) Conforme García, Germán op cit.

(53) Una cuenca endorreica hace referencia al área en que el agua no tiene salida superficialmente por ríos, hacia el mar. El término tiene raíces griegas: endo por interior y rhein, por fluir. Cualquier lluvia o precipitación que caiga en una cuenca endorreica permanece allí, abandonando el sistema únicamente por infiltración o evaporación, lo cual contribuye a la concentración de sales. En las cuencas endorreicas en las que la evaporación es mayor que la alimentación, los lagos salados han desaparecido y se formaron salares. Las cuencas endorreicas también son denominadas sistemas de drenaje interno (fuente: Wikipedia.com).

(54) Palcos, Alberto: Rivadavia y la fundación de Bahía Blanca. En La Prensa, segunda sección, Buenos Aires, 28.02.1943.

(55) Véase en anexo: Casares, Vicente.

(56) García, Germán op cit.

(57) Jaime Montoro, oficial del ejército, fue defensor de Montevideo. Ganó ascensos en el ejército del Alto Perú y en la campaña de los Andes, participando de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. Fue nombrado por Rivadavia para la conducción militar de la expedición fundadora de Pueblo Belgrano. Peleó contra Rosas, pero desertó para pasarse al enemigo y fue muerto, luego de encarnizada persecución, en la campaña uruguaya.

(58) Esta goleta, de origen norteamericano, habría llegado a las aguas del Plata luego de la capitulación de Montevideo. Roberto Pulsifer, su propietario, se dedicó al comercio de cabotaje entre las dos orillas, y en determinadas oportunidades alquiló la goleta al gobierno porteño. Cuando se iniciaron las hostilidades con el imperio del Brasil,


4 respuestas to “Ahora «Puerto Rosales»”

  1. Este es un comentario distinto. Sucede que mi amigo y paisano José Daniel Jaime envió memorias jugosísimas sobre Puerto Rosales, sólo que a mi e-mail personal. Al conocerlas decidí que debía compartirlas. Aquí van…

    » Corría el año ´55 y algunos marinos que traían contrabando, sobre todo televisores, para vender en Argentina, guardaban la mercadería en Puerto Rosales. Pero hubo alguna filtración y esto llegó a Presidencia. Perón decidió enviar una comisión investigadora, que obviamente terminaría con la carrera de muchos y, además, aplicaría sanciones penales. Al enterarse del inminente arribo de la comisión, no les quedó otro camino a los contrabandistas que incendiar los galpones y así quemar las pruebas del delito. Pero como Perón, pese al siniestro, dió órdenes de seguir adelante con la investigación, los ladrones decidieron lanzarse como ´revolucionarios´. Salvaron así su carrera y despidieron a quienes querían investigarlos. Esto permite explicar cómo muchos marinos que eran leales en junio del ´55 -como Rojas y Rial- se pasaron rápidamente de bando. En la trastienda de las historias, algo se rescata con el tiempo. Creo que Perón narró esta historia en alguno de sus libros del exilio. Y cuando le hablaban de ´la moral revolucionaria del 55´, disparaba el relato como un mandoble…¨.

  2. Ahora hablo por mí… A partir del comentario de José Jaime, estuve revolviendo en mi memoria y conseguí rescatar algunos recuerdos infantiles (¡en el ´55 tenía ocho años!). Tales como por ejemplo los negocios que se hacían trayendo mercadería procedente ¨del sur del paralelo…¨, no recuerdo el número. También recordé algunas historias negras que se tejian alrededor de determinados personajes -hipotéticamente contrabandistas- que, una vez descubiertos, debían ¨emigrar¨ de Punta Alta. A uno de ellos recordé que lo llamaban ¨el caralisa¨, supongo que por sus escasos frenos morales. ¡Todo un tema!

  3. Transcribo el e-mail recibido hoy…

    Estimado Carlos:

    Mi nombre es Gustavo Chalier. Trabajo en el Archivo Histórico Municipal y acabo de leer el posteo «Ahora Puerto Rosales» en su blog diáspora sur. Deseo felicitarlo por el excelente material que se encuentra en el blog, que se constituye en fuente inapreciable de consulta para todos los que nos interesamos en la historia local.
    Le cuento que hace diez años trabajo en el Archivo investigando acerca del tema Puerto Rosales y el conjunto de inversiones francesas en la zona. Durante todo este tiempo he venido recopilando datos, documentación, fotografías de reservóreos y bibliotecas de Bahía Blanca, Buenos Aires, Rosario y hasta de Francia, ya que me vinculé con el nieto del constructor de Puerto Rosales.
    Paralelamente a ello, la labor de interpretación y análisis de toda esta documentación ha tenido como fruto la redacción de varios artículos sobre el particular (mucho puede leerse en la página web del Archivo).
    Trabajé intensamente el medio siglo que va desde los antecedentes de la construcción del Puerto de Arroyo Pareja y la nacionalización. Pero a partir de esa fecha la información se vuelve fragmentaria y escasa y poseo numerosas lagunas que me son dificilísimas de llenar.
    Por eso es que le escribo.
    En el posteo «Ahora Puerto Rosales» usted inserta al final un comentario basado en la información recibida de José Daniel Jaime. Sé del incendio intencional de las instalaciones portuarias(secreto a voces: el Rio IV puntaltense!), pero hasta ahora no he podido situarlo cronológicamente y menos vincularlo con el cobarde golpe del ’55. De más está decirle que me interesaría sobremanera hallar la forma de vincularme con el Sr. Jaime, para poder conversar con él de éste y otros temas relacionados con nuestra estación marítima. Asimismo, desearía que usted pueda indicarme qué personas pueden recordar esos sucesos o usted mismo, pese a su corta edad en aquel momento, quizá pueda atesorar en su memoria recuedos que serían valiosísimos para mí. Se nombra también un libro de Perón donde da cuenta del asunto. ¿Sabe usted de cuál se trata? Por favor, cualquier dato que tenga usted sobre el particular me será de suma utilidad y será gratamente recibido.
    Una vez más vaya mi reconocimiento a su labor por preservar la historia de esta diabólica tierra.
    Espero seguir en contacto con usted y muchas gracias por su atención.
    Muy cordialmente,

    Gustavo Chalier

    A continuación establezco vínculo con José Daniel Jaime…

  4. ESTIMADOS:

    Durante la resistencia circulaba un diario o sí se quiere pasquín que ya en aquellas vísperas «denunciaba» los contrabandos del entonces portaviones 25 de mayo, generando que la «valiente muchachada» tirara sus más preciadas «adquisisiciones».
    Cabe memorar que tanta «denuncia» devengó el cenit del diario.

    PD: La base naval…un ladrillo por cada trabajador.

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